martes, 11 de noviembre de 2008

Medio millar de menores sevillanos viven tutelados en centros de acogida

http://www.elcorreodeandalucia.es/noticia.asp?idnoticia=4424170095091091092096424170

Iria Comesaña
En torno a medio millar de menores sevillanos retirados a sus padres viven en centros de acogida. Son sólo un tercio de los tutelados, ya que la mayoría se queda con parientes lejanos o familias de acogida, porque la Junta conoce la dureza de vivir en una institución. Aún así, la banda sonora de estos hogares postizos es una retahíla de risas.

Una niña llega corriendo como un torbellino y apenas puede frenar al abrazarse a unas piernas que encuentra por el camino, presa de una risa floja. Mientras tres chiquillos cuchichean en un rincón, otra decena baila al ritmo de Shakira para celebrar un cumpleaños. Los gritos y empujones parecen los de cualquier casa, pero es el centro de acogida de emergencia Toribio Velasco, un hogar de repuesto para pequeños cuyos padres no pueden cuidarlos, durante una temporada o para siempre.

"¿Te lo habías imaginado así?" pregunta la subdirectora, Paqui Calero. No, nadie imagina esas caras despreocupadas después de saber que en la pandilla hay críos que proceden de ambientes inmersos en la miseria y la droga, que han sufrido maltrato o abusos sexuales o han sido entregados por sus padres, que dicen que no pueden con ellos, que son agresivos y no saben cómo sujetarlos. Esto último, en niños de sólo 10 u 11 años, es cada vez más frecuente, para preocupación de la directora general de Infancia y Familia, Carmen Belinchón.

"Hay problemas muy diversos: siempre trabajamos antes con las familias, pero hay niños que tenemos que retirar porque no son capaces de cuidarlos, a veces por ser muy jóvenes, otras por las condiciones de degradación en las que viven. Hay preadolescentes agresivos porque su familia no ha sabido dictarles límites, y son cada vez más y más jóvenes", dice Belinchón, que explica que esos casos a veces ocultan trastornos de conducta, de los niños o de los padres.

Crudos conflictos personales que chocan con el alegre barullo del patio del Toribio Velasco, repleto de coloridos juguetes de plástico montados, mordidos y lanzados por los críos. La subdirectora no ve contradicción: "Es que son niños". Un chaval tildado de agresivo busca con unos ojos como platos su aprobación al pasar a su lado, y la abraza con cariño. "No he visto un niño más dulce", dice ella. La terapia que aplican a unos chiquillos que no son responsables sino víctimas de su situación es la normalidad y el orden. Que vivan como niños mientras se dirime si el conflicto en su casa se puede aliviar para que vuelvan. Y si no, mientras se les busca una nueva familia.

El peor momento es la llegada, "sobre todo si los retira la Policía", porque están desconcertados y traumatizados. A veces llegan sucios o enfermos. Se intenta que los padres les hayan explicado "que van a estar un tiempo en otro sitio", así sufren menos. "He visto a un niño presumir ante otro de que a él lo trajeron sus padres y no la Policía, como al otro", dice Calero. Hay casos extremos, como la muerte de los padres, pero todas las veces son duras. La adaptación al centro es difícil, ya que los niños rompen con todo: tienen nuevas rutinas, cambian de colegio y sólo ven a su familia en las visitas, y eso si ese contacto no les perjudica. Todo eso lo sufren los pequeños, los mayores y sobre todo los bebés, que notan físicamente la ausencia de la madre.

Los centros son muy respetuosos con las familias, "jamás se les habla mal de ellas", incluso en casos más graves, pero tratan de decir la verdad a los niños "hasta donde puedan entender". A veces, como lo único que han vivido han sido maltratos, los pequeños lo ven todo normal, lamenta Mercedes Reino, coordinadora de los 53 centros de menores de Sevilla. "Incluso aquellos de los que han abusado encuentran justificación, y eso es duro. Hay que explicarles lo que necesiten saber, pero sin que esa información les haga daño; y para eso no hay fórmulas". En el proceso es importante la ayuda psicológica, reelaborar recuerdos e interpretar vivencias. Se hace a través de historias, cuentos o preguntas. "Así se puede abordar lo más terrible y lo más delicado. Llegado el momento se les dice que no van a volver con papá y mamá, o se les pregunta ¿Tú quieres que busquemos una nueva familia que te cuide? Su opinión cuenta", explica Calero. Para registrar su evolución, los niños escriben un libro de vida con todo lo que les está pasando.

Los profesionales que los cuidan casi doblan la cifra de críos, lo que permite un trato personal. "Se viven sus historias de forma muy directa y muy íntima, se sufre mucho. Yo me acuerdo de cada niño", dice Calero, que durante la entrevista aprovecha para supervisar: un bebé que tiene asma y se le hunde el pecho al respirar; un cumpleaños en el hogar azul, la obra del hogar de los bebés...
El Toribio Velasco se divide así, en hogares. El de bebés acoge a ocho chiquitines y está en obras, así que acumula pañales, ropita y cunas en cada rincón mientras llega la inauguración de las coloridas habitaciones; el hogar verde es de dos a seis años; y el azul, de seis a doce. Los dos últimos tienen en las puertas dibujos de los niños y sus nombres. Las camas están hechas y los cuartos "casi recogidos, como en cualquier casa", dice la subdirectora, que se asoma a un dormitorio y sube las cejas: "Mira, no está tan mal". Sobre la mesitas de noche y en los cabeceros hay montones de fotos y dibujos.
El centro tiene 25 plazas y tres de urgencia, y siempre está a tope. Acaba de cumplir una década, y ha cuidado de casi 400 pequeños.

Mientras un monitor da clases de apoyo a tres chavales, otros ven la tele; luego habrá un cumpleaños con patatas fritas y sándwiches, y baile. También hacen deporte, que conjugan con las visitas al psicólogo, los deberes... "tienen más actividades que en cualquier casa". Cada tarde ellos mismos se evalúan, y con soles o nubes con truenos confiesan si se han enfadado o han sido buenos.
Así vivirán hasta que regresen con su familia, o con una nueva. También eso lo supervisa la Junta, explica Mercedes Reino. "Los niños solos y los grupos de tres hermanos son los que mejor se adaptan a la adopción, porque asumen unos roles que funcionan". Lo más gratificante es que un crío encaje en su familia y lo vean feliz, pero no es fácil, admite la coordinadora: "Tú no sabes las velas que pongo yo por estos niños".

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