martes, 2 de septiembre de 2008

Abuelos que vuelven a hacer de padres

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En Asturias representan el 80 por ciento de los familiares que acogen a niños que no pueden vivir con sus padres
A las puertas de la jubilación deben sacar adelante, sin apenas ayudas, a menores marcados por la droga y el abandono



Oviedo, Pablo GALLEGO

Manuela y Antonio son de Langreo. «De Sama de toda la vida», matiza ella. En su casa criaron a sus tres hijos, «dos más uno», dice Antonio. Ése tercero es su nieto mayor, Ismael. Su madre, Covadonga, desapareció hace 19 años dejando tras de sí a un niño de apenas dos años y, meses más tarde, moría por sobredosis de heroína en un suburbio de Barcelona.

Con 54 y 60 años se encontraron con un niño al que criar y muchas dudas sobre cómo iban a hacerlo. Pero en ningún momento se plantearon darlo en adopción. Ismael se convirtió en hijo de sus abuelos, que pasaron a ser padres de nuevo. Como ellos, en Asturias, abuelas y abuelos -especialmente los maternos- representan al 80 por ciento de los familiares que acogen a niños que, por diferentes circunstancias, no pueden vivir con sus padres.

Se estima que en España hay en la actualidad unos 14.600 menores en acogimiento familiar. De ellos, los que se quedan con su familia extensa -en la que existe una relación de parentesco, por consanguinidad, entre el niño y las personas que se hacen cargo de él- son, con diferencia, los casos más frecuentes. Abuelos que no suelen disfrutar, y menos después de la jubilación, de una abultada cuenta corriente que afronte el desembolso que supone sacar a un niño adelante. Un auténtico reto para este 85 por ciento de los casos, en claro contraste con el 15 por ciento de ocasiones en las que el niño pasa a vivir con una familia con la que no tiene parentesco.

En general, en perfil del familiar acogedor es el de una persona mayor, muchas veces sola, y con peor situación económica, mayor tasa de desempleo y más bajo nivel educativo que los acogedores de familia ajena. Éstos suelen ser matrimonios -más del 80 por ciento de los casos- con edades en torno a los 47. Pero a pesar de estas variables, los estudios confirman el bienestar de los niños acogidos.

Jorge Fernández del Valle, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo, dirige un grupo de investigación sobre familia e infancia. Tras años de trabajo acaba de publicar, auspiciado por el Ministerio de Educación, Política Social y Deporte y junto con Mónica López, Carmen Montserrat, y Amaia Bravo, el estudio «El acogimiento familiar en España. Una evaluación de resultados», en el que se recogen los datos más recientes a nivel nacional sobre quienes acogen a un menor y lo crían como propio.

Por lo que respecta al parentesco, los abuelos son quienes acogen al niño la mayoría de las veces. Los datos para Asturias hablan de un 80 por ciento de los casos. El pequeño porcentaje restante lo ocupan mayormente las tías y tíos del pequeño, con un 15 por ciento.

La media de edad de los acogedores en Asturias que son familiares es -independientemente de la edad del niño- de 59 años. En un momento en que se piensa ya en la jubilación, toca sacar adelante a la criatura. Manuela y Antonio eran dos, y se repartieron el trabajo, los desvelos y las preocupaciones.

Pero en cifras, en Asturias alrededor del 30 por ciento de los acogedores son personas solas. Un 62,4 por ciento, en cambio, son familias de entre dos y cuatro miembros.

En todos estos casos, la llegada de este nuevo miembro de la familia supone cambios a veces difíciles de encajar. Manuela recuerda con cariño lo que fue, a sus 54 años, volver a tener en casa a alguien que necesitaba su ayuda y sus cuidados las veinticuatro horas del día: «Se me había olvidado lo que era que te despertasen por la noche, y cuando empezó a la escuela, uff». Antonio no pudo, como hubiese querido, dejar de trabajar para dedicarse a su afición, la marquetería -abandonada desde la llegada de Ismael- o a «echar la partida». «Mientras los paisanos charlaban en los bancos yo andaba afogao detrás de un guaje que no paraba de correr». Los años de la escuela pasaron, y empezaron las discotecas y las salidas los fines de semana. «Cómo no ibas a dejarle salir como salían todos, pero volvían antes. Lo de ahora ye terrible». A Antonio le asustaba que su nieto cayese en lo mismo que acabó con la madre del pequeño, y los años de la adolescencia fueron difíciles, con un chaval de 15 años teniendo el «padre» 73.

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«No tienes la misma energía, pero sabes lo que vendrá»

Entre el 40 y el 50 por ciento de los menores acogidos por la familia pasan a la nueva situación en el primer año de vida


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Donde no se observan diferencias significativas es en el sexo de los acogidos. Las niñas representan en Asturias el 50,7 por ciento, los niños un porcentaje de 49,3. A nivel nacional las cifras son casi idénticas. Por edades la cosa cambia, y sólo un 9 por ciento se sitúa en la franja de 0 a 3 años. La cifra se multiplica por cinco entre los 4 y 11 años, etapa en la que se encuentran la mitad de los niños acogidos. Los más mayores, adolescentes de 12 a 17 años, representan el 41 por ciento restante.

También hay diferencias en la edad de inicio del acogimiento: cuando se trata de un familiar, entre el 40 y el 50 por ciento de los menores fueron acogidos durante su primer año de vida, edad de inicio que aumenta cuando la familia de acogida es ajena al menor. Ismael y su madre vivieron con sus abuelos desde el principio y el niño, hoy ya casi adulto, simplemente siguió viviendo en el lugar que conocía y donde siempre lo había hecho.

«Una ventaja de los acogimientos en familia extensa es que para los niños no representan una amenaza», recuerda Del Valle. «En los casos de familia ajena, cuando el niño llega ya lleva entre uno o dos años en un centro de acogida, por lo que tiene que enfrentarse a dos cambios grandes: dejar de estar con sus padres para ir a un centro, y, una vez que lleva un tiempo allí, abandonarlo y empezar de nuevo. Al contrario de lo que ocurre en el caso de los abuelos, donde el niño ya está en una situación de acogimiento informal que, al oficializarse posteriormente, no implica ningún cambio o traslado para el niño», aclara.

La primera ley que reguló el acogimiento familiar en España data de 1987, en plena construcción del sistema público de servicios sociales. En aquella época, el sistema de protección de menores en España se basaba, casi por completo, en ingresarlos en instituciones que se ocupasen de su cuidado, enormes edificios en los que convivían niños de todas las edades marcados por historias de abandono, delincuencia o drogas.

Mientras, países vecinos llevaban ya años fomentando hogares sustitutivos. La Ley Orgánica de Protección del Menor, en 1996, vino a impulsar esta iniciativa, a través de distintas modalidades según las necesidades de niños y familias, y la legislación autonómica tomó el mismo rumbo.

El acogimiento familiar quedaba considerado de forma unánime como el emplazamiento más aconsejable para los niños y niñas que, por necesidad o circunstancias de la vida, debían ser separados de sus padres, y de manera muy especial para los más pequeños.

Hoy Ismael tiene 21 años y trabaja. Pero sigue viviendo con sus abuelos-padres. «Los resultados en general son muy buenos en el caso de los abuelos. Además, con el paso del tiempo, comprobamos que esta relación mantiene su continuidad, porque al cumplir los 18 años no abandonan el hogar que los ha acogido, sino que continúan en él incluso después de la muerte de los abuelos», afirma Del Valle. «Aunque en ese momento se queden solos, el apoyo social que han creado durante el tiempo que han estado acogidos, en general, les permite desarrollarse sin mayores complicaciones», asegura.

La estabilidad y la permanencia que presentan los acogimientos en familia extensa, que aportan a los chicos un mayor sentido de pertenencia familiar, contrastan con la falta de apoyos que reciben por parte de los servicios sociales. «Hay días en que te puede el agotamiento. No sabes porqué se vuelve rebelde, porqué empieza a suspender en el colegio. Luego ves que también les pasa a críos que viven con sus padres como si nada», reflexiona Antonio.

Sus abuelos recuerdan como, cuando era pequeño, a Ismael no le gustaba que fuesen a llevarlo o recogerlo al colegio. «Los niños le preguntaban por qué tenía unos padres tan viejos y el pobre no sabía qué decir», apunta Manuela mientras sonríe.

«No tienes las mismas energías que cuando eres joven, pero ya sabes lo que va a ir viniendo», recuerda. «Se necesita ayuda económica, aunque gracias a Dios nosotros estamos mejor que otros. Pero sobre todo se echa en falta no sé, alguien que te diga si lo estás haciendo bien. Hay días que te sientes muy solo». Manuela confirma con un gesto de la cabeza todo lo que cuenta su marido.

Tienen más nietos, pero la pasión les puede: «Isma es distinto. Es nuestra vida».

«Se necesita ayuda económica y se echa en falta que te digan si lo estás haciendo bien. Hay días que te sientes muy solo»

«La ventaja de seguir en la familia es que no implica cambios para el menor, por lo que no representa una amenaza»



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